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y los que tenían piedras preciosas las depositaron en manos del guersonita Jiel para el tesoro del Templo. El pueblo se alegraba de los donativos voluntarios que habían hecho al Señor de todo corazón. El rey David también se alegró mucho 10 y bendijo al Señor ante toda la asamblea diciendo:

— ¡Bendito seas Señor, Dios de nuestro padre Israel, por siempre y para siempre!

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